A lo largo de la historia, muchas mujeres han puesto en práctica saberes arquitectónicos ligados al cuerpo y el habitar. Saberes menores y contrasaberes que se alimentan de lo circunstancial y experimental, operando en los estrechos márgenes y puntos ciegos de los lenguajes, estructuras y saberes mayores, a los que a su vez transforman. Estos saberes han sido tradicionalmente excluidos de disciplinas académicas como la Arquitectura. Sin embargo, representan un gran valor para los retos presentes por su atención y cercanía al cuidado o lo común.
La gran mayoría de esas mujeres no estudiaron arquitectura, ni consideraron su saber como objeto válido de un campo de conocimiento entendido como tal. Sin embargo, algunas de ellas dejaron un rastro material sobre su hacer: escribieron. Hoy, sus palabras pueden convertirse en medio material para reconstruir su práctica e incorporarla a repertorios presentes. Esta vía busca contribuir al esfuerzo colectivo de numerosas investigadoras enfocado a la recuperación de figuras que, operando dentro de la disciplina, fueron invisibilizadas, a la descolonización de las prácticas y saberes espaciales, o a la importancia de valorizar otras formas de transmisión del saber, como pueda ser el saber oral, performativo o tácito.
Al principio de esta contribución, establezco los rasgos básicos de una aproximación menor al espacio: el cuerpo como fundamento arquitectónico, las trazas como huellas del encuentro material con el mundo, y el alcance como forma de entender la extensión efectiva de los cuerpos. A continuación se apuntan los puntos comunes entre la escritura de la mujer y formas de lo que llamaremos “mapeo menor”, emparejando trazas escritas con trazas materiales. Finalmente, se ofrecen los avances de un ejercicio exploratorio en torno a esta práctica a partir del libro Niña, mujer, otras (2019) de la escritora británica Bernardine Evaristo, con especial atención a la construcción de constelaciones materiales.
